martes, 1 de diciembre de 2015

El doloroso y fantástico arte de vivir solo

Si alguna vez te sentiste extraño viviendo solo, tengo una noticia que darte: no eres la única persona a la que le sucede. Con cada año que pasa, el número de personas que viven solas no hace más que aumentar. Esto sucede gracias al envejecimiento de la población – con la consecuencia de un incremento en el número de viudos –, por el aumento en los casos de divorcio, por la independencia financiera de los más jóvenes y la elección de casarse más tarde en la vida.

paisaje de soledad


Hay personas que viven solas por elección. Pero, para otros, es un tema de falta de opciones. Y puedes tener 18, 30, 40 o 65 años, pero cuando empiezas a vivir solo, la sensación siempre es la misma: “¿Y ahora, cómo será esto?”.

Al comienzo descubres el lado bueno de no tener que compartir el mismo techo con alguien. Andar en cueros a voluntad por toda la casa, dejar la casa desordenada y despertar a la hora que se te pegue la gana. Descubres lo bien que se siente no tener a nadie reclamándote por dejar la toalla mojada en la cama, por qué solo comiste pizza o por qué tomaste demasiada cerveza.

Sucede que siempre llega ese momento en que te pierdes dentro de tu propio apartamento. Te rompes la cabeza con las cuentas de la luz, el agua y la renta. Intentas llevar una alimentación saludable, pero descubres que la comida fresca se descompone bastante rápido. ¿Quién compra frutas y legumbres para más de una semana? Así, regresas al mercado decidido a tomar la mitad de las cosas que habías comprado antes. Ahí descubres que no te venden lechugas a la mitad ni medio paquete de pan.

Al llegar a casa, no hay nadie para escuchar cómo te fue, o para contarte una historia. Para compartir la comida, la cama y los sueños. El silencio se hace cada vez más pesado y te sientes vacío.

Ese vacío es la angustia del anciano que teme morir y no ser encontrado. Es la nostalgia por el arroz con frijoles de mamá y la ausencia de los niños corriendo por toda la casa. Es la carne que quedó dura y la estufa que parece un campo de batalla. Son las plantas que murieron por que se te olvidó regarlas.

Pero, aunque no te guste lavar la ropa y mucho menos limpiar el baño, e incluso con algunos otros desafíos, descubres que es posible vivir solo sin ser solitario. Empiezas a dar la vuelta y tu intuición aflora.

¿Sabías que las ostras que no han sido heridas no producen perlas? De la misma forma, la gente que es feliz no siente necesidad de crear. El acto creativo, sea en la ciencia o en el arte, surge siempre de un dolor. No es necesario que sea un dolor doloroso… pues a veces el dolor aparece como esa picazón que recibe el nombre de curiosidad.

La soledad es un exilio fundamental para el conocimiento de uno mismo. Pero se requiere tener mucho cuidado para no perderse en la autocompasión y el martirio; en este caso, tu peor enemigo serás tú mismo. Tú eres tu propia inercia. Tú eres tu propia obstinación en aprender a vivir solo.

No importa si vives solo durante una época o por el resto de tu vida. Mirar dentro de ti y buscar aquello que te falta, es como componer poesía con tu propio silencio. Al seguir adelante con la vida que te fue dada, procura ser feliz con aquello que tienes. Ríe a solas de tu desorden y sorpréndete con tu valentía. Haz de la experiencia de vivir solo tu mejor arte.




Esta entrada fue extraida de Marcianos.

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