Si alguna vez te sentiste extraño viviendo solo, tengo una noticia
que darte: no eres la única persona a la que le sucede. Con cada año que
pasa, el número de personas que viven solas no hace más que aumentar.
Esto sucede gracias al envejecimiento de la población – con la
consecuencia de un incremento en el número de viudos –, por el aumento
en los casos de divorcio, por la independencia financiera de los más
jóvenes y la elección de casarse más tarde en la vida.
Hay
personas que viven solas por elección. Pero, para otros, es un tema de
falta de opciones. Y puedes tener 18, 30, 40 o 65 años, pero cuando
empiezas a vivir solo, la sensación siempre es la misma: “¿Y ahora, cómo
será esto?”.
Al comienzo descubres el lado bueno de no tener que
compartir el mismo techo con alguien. Andar en cueros a voluntad por
toda la casa, dejar la casa desordenada y despertar a la hora que se te
pegue la gana. Descubres lo bien que se siente no tener a nadie
reclamándote por dejar la toalla mojada en la cama, por qué solo comiste
pizza o por qué tomaste demasiada cerveza.
Sucede que siempre
llega ese momento en que te pierdes dentro de tu propio apartamento. Te
rompes la cabeza con las cuentas de la luz, el agua y la renta. Intentas
llevar una alimentación saludable, pero descubres que la comida fresca
se descompone bastante rápido. ¿Quién compra frutas y legumbres para más
de una semana? Así, regresas al mercado decidido a tomar la mitad de
las cosas que habías comprado antes. Ahí descubres que no te venden
lechugas a la mitad ni medio paquete de pan.
Al
llegar a casa, no hay nadie para escuchar cómo te fue, o para contarte
una historia. Para compartir la comida, la cama y los sueños. El
silencio se hace cada vez más pesado y te sientes vacío.
Ese vacío
es la angustia del anciano que teme morir y no ser encontrado. Es la
nostalgia por el arroz con frijoles de mamá y la ausencia de los niños
corriendo por toda la casa. Es la carne que quedó dura y la estufa que
parece un campo de batalla. Son las plantas que murieron por que se te
olvidó regarlas.
Pero, aunque no te guste lavar la ropa y mucho menos limpiar el baño, e incluso con algunos otros desafíos, descubres que es posible vivir solo sin ser solitario. Empiezas a dar la vuelta y tu intuición aflora.
¿Sabías
que las ostras que no han sido heridas no producen perlas? De la misma
forma, la gente que es feliz no siente necesidad de crear. El acto
creativo, sea en la ciencia o en el arte, surge siempre de un dolor. No
es necesario que sea un dolor doloroso… pues a veces el dolor aparece
como esa picazón que recibe el nombre de curiosidad.
La soledad es un exilio fundamental para el conocimiento de uno mismo.
Pero se requiere tener mucho cuidado para no perderse en la
autocompasión y el martirio; en este caso, tu peor enemigo serás tú
mismo. Tú eres tu propia inercia. Tú eres tu propia obstinación en
aprender a vivir solo.
No importa si vives solo durante una época o
por el resto de tu vida. Mirar dentro de ti y buscar aquello que te
falta, es como componer poesía con tu propio silencio. Al seguir
adelante con la vida que te fue dada, procura ser feliz con aquello que
tienes. Ríe a solas de tu desorden y sorpréndete con tu valentía. Haz de la experiencia de vivir solo tu mejor arte.
Esta entrada fue extraida de Marcianos.
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